Ella nunca
miraba hacia el costado, y así evitaba crear nuevos mundos que no sería capaz
de gobernar. Ya de por sí, su reino se había extendido muchísimo más allá de lo que sus ojos podían percibir y se le estaba volviendo incontrolable, por lo que un
buen día tomó la determinación de dividirlo para siempre. A partir de ese
momento -aunque siempre había sido así realmente- sólo ejercería su influencia
sobre aquello que se encontrara dentro del rango de su mirada.
Y así siguió. Siguió, siguió. Calor. Siguió. Dos años. Siguió. Abrazo, beso y siguió. Foto, fuego y siguió. Círculo, birome y siguió. Frío, bastón y siguió. Flores y oscuridad. Y así siguió.
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