Todas las
instituciones de su reino estaban plasmadas en construcciones que se
mimetizaban con la geografía, de un modo en que sólo Ella podría haber
imaginado. A comienzos de su dinastía, mientras contemplaba un atardecer a través
de su ventana, la silueta del terreno le recordó a la de un cisne recostado
sobre su estómago, como aquel que espera el momento adecuado para soltar su última
y más profunda melodía.
Conmovida
por semejante imagen, delineó un horizonte arquitectónico en el que las
construcciones quedarían indeleblemente integradas a aquella ceremonia: la
caída del Sol sobre las nuevas estructuras de piedra, apreciada desde su
ventana, proyectaría ahora también las formas de todos los animales que acompañaban
al cisne en el momento previo a su no-muerte diaria. Podría haber sido para el
ave una agonía eterna y sostenida, pero Ella resolvió dar nacimiento a ese
cortejo que nunca más lo abandonó. Después de todo, es lo que siempre había
soñado para sí misma.
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