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Los desertores despiertan

Es tarde y temprano, la madrugada es así. No nos importa nada más que saber por qué nos arrojaron al costado del camino. Sin levantarnos, la mejor diversión que encontramos es observar las piedritas secas y amarillentas que abundan hasta la repugnancia en este suelo al que nos tocó caer.

Aburridos de tener unas cuantas clavadas en la espalda, comenzamos a tirárnoslas con fuerza. Yo sangro primero. Me río, y la hago sangrar a ella; ella no ríe. El sol castiga, la sangre se seca y la ropa endurece. Ahora, aparte de estar sucia, nos incomoda; se siente bastante bien. Seguirá así hasta mañana, cuando nos recojan. No tenemos ninguna esperanza de que respondan a nuestra pregunta.

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