Nadie a
quien gritarle. El hueso encuentra calidez en la lamida del perro. La mugre
surfea las canaletas de esas baldosas que tan horriblemente embellecen el
paisaje de la vereda. Y sigue sin haber nadie. Nadie con quien contar hasta
diez. Nadie con quien contar hasta las diez. La manzana gira sobre el eje de una de sus esquinas y la puerta de un local me come entero. Entonces a las diez aparece ella
detrás de ese mostrador, en plenas fauces de la criatura que acaba de devorarme.
Ella es la campanilla de la bestia. Su voz resuena por todos lados, y habla música.
Mucha música que no llego a abarcar. La escucho a ella o escucho la música, las
dos cosas me resulta imposible. Pero son inseparables, ése es el problema. Asiento a todo y le digo que muchas gracias por todo. La criatura me escupe fuera de sus entrañas y todo sigue su
curso bajo las suelas de mis zapatillas.
Y así siguió. Siguió, siguió. Calor. Siguió. Dos años. Siguió. Abrazo, beso y siguió. Foto, fuego y siguió. Círculo, birome y siguió. Frío, bastón y siguió. Flores y oscuridad. Y así siguió.
Comentarios
Publicar un comentario